Vivimos en una era donde todos parecen tener una opinión formada, sobre todo: desde política y salud mental, hasta economía o física cuántica. En redes sociales abundan los “expertos” que opinan con la seguridad de un premio Nobel, aunque su único título provenga de la universidad de YouTube. No es casualidad: lo que ocurre se llama efecto Dunning-Kruger, y es uno de los sesgos cognitivos más fascinantes (y peligrosos) de la mente humana.
En 1999, los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell, publicaron un estudio que hoy es un clásico en la psicología social (Journal of Personality and Social Psychology). Descubrieron que las personas con menos habilidades en un área tienden a sobreestimar su propio conocimiento, mientras que los más competentes subestiman el suyo. En palabras simples: los que menos saben, creen saberlo todo; los que realmente saben, dudan.
El hallazgo nació de un caso tan absurdo como revelador. En 1995, un hombre llamado McArthur Wheeler asaltó dos bancos en Pittsburgh convencido de que no sería captado por las cámaras porque se había untado jugo de limón en la cara —creía que lo haría invisible, como la tinta invisible. Su lógica era tan ingenua que inspiró a Dunning y Kruger a estudiar por qué alguien podía estar tan equivocado y, al mismo tiempo, tan seguro de tener razón.
El fenómeno no se limita a lo cómico. En redes sociales y foros digitales, el efecto Dunning-Kruger se multiplica. Un vistazo rápido a los debates sobre vacunas durante la pandemia o sobre cambio climático basta para comprobarlo: personas sin formación científica opinando con vehemencia contra décadas de investigación y consenso académico. La confianza sin conocimiento se ha convertido en la moneda de cambio del discurso digital.
Por otro lado, los verdaderos expertos suelen ser más cautelosos. Saben que cada respuesta abre nuevas preguntas. El filósofo Bertrand Russell lo anticipó hace un siglo: “El problema del mundo es que los tontos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas.”
Y tenía razón. La humildad intelectual es incómoda, pero necesaria para aprender. Sin embargo, en un entorno donde las certezas se premian con “likes” y las dudas no venden, la autocrítica queda relegada.
El reto está en reconocer cuándo estamos cayendo en ese sesgo. No se trata de callar las opiniones, sino de ponerlas a prueba. Cuestionar nuestras creencias, leer fuentes confiables, aceptar que podemos estar equivocados. En palabras de Dunning: “La incompetencia no solo nos lleva a cometer errores, sino que nos impide reconocerlos.”
Si algo demuestra el efecto Dunning-Kruger es que la verdadera sabiduría no consiste en tener todas las respuestas, sino en entender los límites de nuestro propio conocimiento.
Quizá, antes de publicar la próxima opinión en redes, convenga preguntarnos: ¿hablo porque sé o porque creo saber? La diferencia, aunque sutil, puede ser tan grande como el salto entre el ridículo y la razón.
X: delyramrez